Durante las vacaciones he dado rienda suelta a mi pasión por la fotografía. Es evidente que mi técnica no está depurada y que muchas de mis fotos resultan convencionales, pero en ocasiones me sorprendo a mí mismo, sobre todo cuando la casualidad se convierte en mi aliada. Ayer por la noche Fran y yo fuimos a tomar algo a la terraza del Hotel Saratoga, que tiene una de las mejores vistas de la ciudad de Palma. Al entrar en el ascensor que lleva al bar del hotel, vi nuestra imagen reflejada y repetida hasta el infinito en sus espejos. Inmediatamente sentí la imperiosa necesidad de fotografiar aquel efecto. Sin embargo, el primer intento fue un tanto decepcionante porque saqué la cámara mientras ascendíamos rápidamente hasta la séptima planta y sólo pude hacer una foto que quedó mal enfocada. Una cosa muy diferente sucedió al marcharnos ya que, antes de entrar en el ascensor, preparé la cámara y eso me permitió tomar dos imágenes mientras descendíamos hasta el vestíbulo del hotel. Después de un par de retoques necesarios, aquí tenéis el resultado.
Ayer llegué a Mallorca. Eran las 00:25 aproximadamente cuando entré en casa de mis padres. Tras los consabidos besos y los "¿Cómo ha ido todo?" y "¿Qué tal por Menorca?", mis ojos no pudieron evitar posarse sobre la nueva adquisición familiar: esa sopera, herencia familiar recibida hace unos días, que podéis ver en la imagen. Por unos segundos experimenté la acuciante necesidad de arrancarme las córneas para evitar que mi cerebro se licuara, incapaz de procesar las formas, los detalles y los colores de semejante monumento choni al "minimalismo de polígono". En alguna parte de Málaga -"eso" viene de allí- hay un alfarero que se corre de gusto al recordar su más grandiosa creación. Y seguro que es carísima. En fin... Otros reciben en herencia casas, millones, coches... Mi familia recibe soperas.